El día de hoy pareciera que la “Verdad” ya no es importante
siempre y cuando solo se predique. Pero ¿vivir la verdad? Aun dentro de
aquellos que se destacan como predicadores de la sana doctrina y de la “Verdad”
es solo una apariencia. Es más fácil hablar de la Verdad que vivirla. Si esta, no va acompañada
de una vida verdaderamente piadosa solo se convierte en eso, una palabra
ineficaz. Pareciera que la “moda” es hacerse “defensor”
de la misma. (Como si necesitara de nosotros) nos hemos vuelto cómodos,
satisfechos y vivimos nuestras vidas pensando que con solo publicar frases por aquí
y por allá y asistir a congresos o escuchar o leer libros sobre la defensa de
la Verdad es suficiente. ¡Qué lejos estamos
de vivir como aquellos predecesores que murieron por la Verdad y que sus vidas reflejaban a Cristo!
LA VERDAD SI IMPORTA.
EL VALOR ETERNO DE LA VERDAD
No hay nada en todo el mundo
más importante o más valioso que la verdad. Y la iglesia tendría que ser
“columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15).
La historia está repleta de
relatos de personas que eligen aceptar la tortura o la muerte antes de negar la
verdad. En generaciones anteriores, dar la vida por lo que se creía era
considerada una actitud heroica. Este ya no es necesariamente el caso.
Por su puesto, parte del
problema es que los terroristas y suicidas se han adueñado de la idea de
“martirio” y le han dado la vuelta. Se llaman a si mismos “mártires”, pero son
asesinos suicidas que matan a la gente por no creer. Su agresión violenta es
realmente el polo opuesto al martirio, y sus despiadadas ideologías que los
guían son la exacta antítesis de la verdad. No existe nada heroico en lo que
hacen ni nada noble acerca de lo que sostienen. Pero son símbolos
significativos de una profunda tendencia al conflicto que va plagando a esta
generación en todo el mundo. Pareciera que hay una gran cantidad de personas
que están dispuestas a matar por una mentira, pero son muy pocos los que están
dispuestos a decir lo que piensan de la verdad, y mucho menos morir por ella.
Consideremos los testimonios de
los mártires cristianos a lo largo de la historia. Ellos eran valientes
guerreros de la verdad. Por supuesto que no eran terroristas o gente violenta,
pero ellos “peleaban” por la verdad al proclamarla ante los que estaban en
completa oposición, llevando vidas que daban testimonio del poder y la bondad
de la verdad, y rehusándose a renunciar o traicionar la verdad sin importar las
amenazas.
Este modelo comienza con los
apóstoles en la primera generación de la historia de la iglesia. Todos ellos,
con la posible excepción de Juan, murieron como mártires. (Aun Juan pagó un
alto precio por permanecer en la verdad, pelearon y hasta murieron por ella y
dejaron ese legado para la siguiente generación.
Por ejemplo,
Ignacio y Policarpo fueron cristianos que pelearon por la verdad. (Ambos eran
amigos personales y discípulos del apóstol Juan, por lo tanto vivieron y
ministraron en el tiempo en que el cristianismo aún era muy nuevo.) La historia
muestra que los dos dieron su vida en vez de renunciar a Cristo y apartarse de
la verdad. El emperador Trajano interrogó personalmente a Ignacio y le exigió
que hiciera un sacrificio público a los ídolos para demostrar su lealtad hacia
Roma. Ignacio pudo haber salvado su vida haciendo lo que el emperador le pedía.
Algunos podrían tratar de justificar este tipo de acto bajo presión, mientras
que él no negara a Cristo en su corazón. Pero para Ignacio, la verdad era más
importante que si propia vida. Él no aceptó hacer sacrificios a los ídolos y
por lo tanto Trajano ordenó que lo lanzaran a las bestias salvajes del estadio
para diversión de multitudes paganas.
En cada generación a través de
la historia de la iglesia, incontables mártires murieron de una forma muy
similar en lugar de negar la verdad. Todos estos, ¿eran simplemente personas
necias haciendo demasiado por sus propias convicciones? ¿Acaso fue su absoluta
confianza acerca de su creencia un entusiasmo desacertado? ¿Murieron sin
necesidad de hacerlo?
Es evidente que hoy día, muchas
personas piensan que sí, incluso algunas que profesan tener fe en Cristo. Al
estar viviendo en una cultura casi desconocida, multitudes que se llaman a si
mismas cristianas parecen haberse olvidado del alto precio que muchas veces hay
que pagar por se fiel a la verdad.
Dije “¿muchas veces?” De hecho
de alguna manera u otra siempre es muy alto el precio que hay que pagar por la
fidelidad a la verdad (2 Timoteo 3.12). Por eso justamente Jesús insistió en
que cualquiera que quisiera ser su discípulo debía estar dispuesto a tomar su
cruz (Lucas 9.23-26).
El mismo movimiento evangélico
debería hacerse cargo de parte de la culpa por la desvalorización de la verdad
por satisfacer en las personas la comezón de oír (2 Timoteo 4:1-4). ¿Hay alguna
persona que realmente se haya imaginado que muchos de los que se encargan de entretener
a los hambrientos asistentes de la iglesia, que poseen las mega iglesias de hoy
día, estarían dispuestos a dar sus vidas por la verdad? De hecho, muchos de
ellos no están dispuestos a defender valientemente la verdad, ni siquiera entre
cristianos donde existe un ambiente en el que casi no hay riesgos, donde la
peor consecuencia podría ser herir los sentimientos de algunas personas.
Hoy día muchas de las iglesias
conocidas parecen pensar que los cristianos deberían estar jugando en lugar de
estar en guerra. La idea de pelear por la verdad doctrinal es lo más alejado de
los pensamientos de quienes asisten a la iglesia. Los cristianos contemporáneos
se han propuesto lograr que el mundo lo quiera, y por supuesto en este proceso
desean divertirse lo más posible. Están tan obsesionados por mostrarles a los
incrédulos una iglesia “buena onda” que ni se les puede cuestionar si la
doctrina del otro está bien o no. En este clima, la idea de tratar de
identificar si la enseñanza del otro es falsa (mucho menos que “contendáis
ardientemente” por la fe) es una sugerencia desagradable
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